Estaba sentado en un banco, luego de ya estar casi dos años encerrado en ese lugar, que decían que lo “ayudaría a mejorar”. Hablaba, como si alguien estuviese a su lado intentando discutirle. Parecía como si algo tramaba, su conversación era en torno a eso, pero, ¿Qué era? y ¿Con quién discutía? Se escuchaba: “¿Por qué no debo hacerlo?”, y después de unos segundos volvía a hablar: “Si se que hace cinco años ni habría pensado en hacerlo, pero ya no soy tú.” Como si alguien le hubiese respondido. Mientras su “diálogo” continuaba sonaba cada vez más convencido de “no hacerlo”. Días después se encuentra en la peor situación de su vida: debía esconder los rastros de sangre para no ser descubierto.