No oyes ladrar a los perros
Oscuridad al final del túnel
—Tengo mucha sed y mucho sueño. —Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces: despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras serías su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
De un momento a otro, el padre escuchó el ladrido de un perro. Como si fuese este un desesperado por salir de su hogar. —Ahí están, Ignacio, ahí están los perros. —Agua, por favor, agua. —¿Y tú acaso no los oías, Ignacio? ¿De verdad que no oías al perro ladrar? Me arrepiento de haber cometido nuevamente el error de haber tenido ese cachito de esperanza en usted. Ni la acción más mínima pudo realizar.
Sintió que el hombre que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolos de un lado para otro.
El padre con la poca fuerza que le quedaba logró llegar a la primera casa del pueblo de Tonaya, fue ahí donde dejó caer el cuerpo de Ignacio en la entrada de la casa, quién cayó como un cuerpo descoyuntado —Hasta acá llegamos Ignacio, le cumplí a tu madre y no tengo ningún compromiso con usted. Luego, volteó mirándolo a los ojos. —Intente rehacer su vida, ya sea aquí o en el cielo, aunque sé que volverá a sus malos pasos en el lugar que sea. En fin, eso es asunto suyo, Ignacio.
Golpeó la puerta de la casa y se retiró.
De un momento a otro, el padre escuchó el ladrido de un perro. Como si fuese este un desesperado por salir de su hogar. —Ahí están, Ignacio, ahí están los perros. —Agua, por favor, agua. —¿Y tú acaso no los oías, Ignacio? ¿De verdad que no oías al perro ladrar? Me arrepiento de haber cometido nuevamente el error de haber tenido ese cachito de esperanza en usted. Ni la acción más mínima pudo realizar.
Sintió que el hombre que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolos de un lado para otro.
El padre con la poca fuerza que le quedaba logró llegar a la primera casa del pueblo de Tonaya, fue ahí donde dejó caer el cuerpo de Ignacio en la entrada de la casa, quién cayó como un cuerpo descoyuntado —Hasta acá llegamos Ignacio, le cumplí a tu madre y no tengo ningún compromiso con usted. Luego, volteó mirándolo a los ojos. —Intente rehacer su vida, ya sea aquí o en el cielo, aunque sé que volverá a sus malos pasos en el lugar que sea. En fin, eso es asunto suyo, Ignacio.
Golpeó la puerta de la casa y se retiró.