La fuerza de la ficción


    La introducción a “La verdad de las mentiras” la escribe el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en 1989. En ese momento, sus principales obras literarias eran novelas o cuentos. El autor parte su conjunto de ensayos (“La verdad de las mentiras”) contando que cuando se le preguntaba si lo que escribía era verdad, nunca encontraba una respuesta que lo satisficiera. Es esto lo que motiva la realización del escrito. Pero el autor no busca convencer de que las novelas son verdad, sino exponer la fragilidad de la verdad, debido a que cualquier novela tiene un trasfondo de verdad que busca explicitar un hecho del “mundo real”. Para ello, usa tanto experiencias personales, como sólidos argumentos.
    La primera razón que da para diferenciar el hecho real de la literatura es que la esencia de esta última, al ser escrita, ya sufre modificaciones, descartando infinitas posibles versiones de relatar el mismo hecho. Ya que, lo que uno obtiene de una lectura son versos o párrafos, no experiencias. La segunda, va en relación al tiempo. El mundo real, no tiene inicio ni fin, es fluido, sin estructura determinada que la literatura posee por esencia. Un escrito siempre lo tendrá, eso ya definiría una mediatización del mundo real. Luego de entregarnos esto, Mario Vargas Llosa traza la diferencia entre los escritos periodísticos o los históricos con los ficticios: el primero busca aproximarse a la realidad. El segundo, representar algo de ella.
    Vargas Llosa, también explica cómo actúa en la persona la ficción. Dice que estas representan una característica propia del humano: nunca estar conforme. Sea quien sea, busca ser distinto en algún aspecto. Frente a esto, el Nobel peruano clasifica las novelas en buenas y malas dependiendo de si logran o no este “hechizo” de convencernos con la lectura. Usa la idea de crear fantasmas de uno mismo que viven la ficción, ya que nosotros estamos sumidos en la vida real. Frente a esto último, el autor asegura vivir más vidas que la que tiene.
    El autor de igual manera nos asegura el peso que la ficción toma en los totalitarismos. Nos brinda como principal ejemplo el pueblo originario Inca, el cual, según dice el peruano, controla y acomoda la historia del pueblo mismo, generando un pueblo sin pasado fijo para así, modificar al gusto de los gobernantes del momento lo que será del futuro. Asegura que esta metodología del control se replica en totalitarismos modernos, en donde logran confundir la ficción con la historia, controlando los hechos y los deseos del pueblo.
    ¿Cuál es, sin embargo, el fin de este control, si es que se entiende que la ficción no es más que una historia inventada por un autor, y el relato nunca pasó? Frente a esta incógnita, Mario Vargas Llosa, en su ensayo, evidencia la fuerza que una mentira (ficción) toma en nuestra realidad. Como experiencia, alude a su novela “La tía Julia y el escribidor”, la que crea inspirada en él y en su primera pareja, a la cual no le agrada el libro, según nos cuenta el ensayo, por trasgredir la realidad de los hechos vividos. Tanto así, que escribe un libro en clase de respuesta a “La tía Julia y el Escribidor” buscando restaurar la verdad que se altera en este último libro. ¿Y por qué, si está más que clara la ficción de éste?
    Esta potencia que poseen las novelas en la sociedad, penetrando en ella, volviéndose tan parte de nosotros, pudiendo hasta poder identificarnos con situaciones o personajes en ciertos casos, es lo que más destaco del ensayo de Mario Vargas Llosa, quien logra, a mi parecer, convencer y hacer comprender de la “mentira” en las novelas y de la fuerza de la ficción. Me ha llevado a espacios de reflexión los cuales nunca antes tuve. Y mientras más pienso en ello, más de acuerdo estoy con el escritor peruano. Invito a todo aquel que lea este comentario a leer el texto, si es que está interesado en comprender la importancia de leer la literatura.